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Marzo 6, 2015 -- una reflexión por Stephen Kusmer

Nunca olvidaré una tarde fría, nublada el pasado diciembre de 2014, cuando caminaba por el centro de Tegucigalpa. Era tan sólo dos días antes de Navidad, y yo estaba haciendo algunos mandados antes de regresar a Miqueas. Parecía como si toda la ciudad estuviera fuera de casa esa tarde, corriendo como locos para comprar los regalos para amigos y familiares en los últimos minutos.


Por lo general, yo camino por el parque central de Tegucigalpa, pero esta vez decidí pasar por los lugares menos transitados de los alrededores del centro. Mientras doblaba en una esquina, vi como una figura que estaba solitaria por una de los callejones., alejado de todas las fiestas de Navidad y el ajetreo de la plaza. Mientras me acercaba, me di cuenta de que era Mario - uno de los seis jóvenes de los cuales hemos venido trabajando en la antigua casa Miqueas a lo largo de estos últimos meses. Mario estaba sentado en una acera, apoyado contra el costado de una de las tiendas frente a la acera del callejon. Su camisa y pantalon estaban sucios, y sus zapatos rotos. En una mano sostenía su botella de resistol amarillo, y en la otra una pequeña caja para pedir dinero. Al ver a Mario sentado allí solo - aparentemente olvidado y rechazado por el mundo en una temporada que es tan importante para las familias del mundo - me rompió el corazón. Nunca olvidaré la mirada de sin esperanza y de desesperación en su rostro mientras estaba allí sentado inhalando esos gases tóxicos del resistol amarillo, que temporalmente hacen olvidar el dolor de su pasado y la desesperación de su presente.


Sin embargo, tan pronto como Mario me reconoció, su rostro se iluminó y se levantó para abrazarme. Hablamos durante unos minutos y le recordé de la celebración de la Navidad en familia que habíamos planeado para él y los otros cinco jóvenes al día siguiente en la antigua casa Miqueas. Y a pesar de que llenó mi corazón de alegría al saber que Mario celebraría la Navidad este año, todavía no podría borrar la tristeza que embarga mi corazón al pensar en la injusticia y el dolor en su vida.

Jessica smiles with Mario at the Isaiah House Christmas celebration

Mario, como la mayoría de los jóvenes que han hecho su "casa" en las duras calles de Tegucigalpa, es el producto de una historia marcada por la tragedia y el sufrimiento. Por encima de vivir y crecer en un barrio pobre e infestado de pandillas, su infancia fue marcada por la relación inestable y abusiva de sus padres. Entonces, cuando sólo tenía 10 años, su madre falleció de una enfermedad, dejando otra cicatriz implacable en su joven corazón. Tras la muerte de su madre, todo empezó a desmoronársele a Mario. Solo con un padre violento y emocionalmente ausente, comenzó a buscar refugio en las calles de San Pedro Sula. Poco después, comenzó a utilizar varias drogas, con la esperanza de olvidar el dolor de su vida. Comenzó a robar regularmente, y más tarde se involucró en actividades de una mara. Después de meterse en problemas con los miembros de otra mara, su vida corría peligro, fue por eso que huyó a Tegucigalpa, donde ha permanecido dentro y fuera de las calles en los últimos años y ha sido adicto a diversas drogas.

En octubre del año pasado, sin embargo, Mario vino a mí y expresó su deseo sincero de dejar las calles a favor de la vida que Dios le tiene reservada para él. Mientras lloraba con torrentes lagrimas, el me dijo que lo único que siempre había querido en la vida es saber que alguien lo ama y que se preocupa por él.

Tipicamente, este es el obstaculo al cual la historia de Mario habría llegado. A los 20 años de edad, lamentablemente ha envejecido y se ha excluido de la mayoría de las opciones de programas de los cuales podria cambiar su vida aquí en Tegucigalpa. De acuerdo con la sociedad, Mario esta muy viejo ya; no hay esperanza para alguien de su edad que todavía está en las calles. Y Mario es sólo uno de muchos adolescentes mayores y adultos jóvenes que siguen sufriendo y perdiendose en las calles de Tegucigalpa, que quieren dejar las calles atrás y llevar a cabo una nueva vida, pero han perdido sus posibilidades por su edad. Y, sin embargo, en medio de la frustración de no ser capaz de ofrecer una opción tangible para los muchos jóvenes de la calle que he llega a conocer y cuidar a lo largo de los últimos años como un ministerio de la calle en Miqueas, Dios puso la visión en mi corazón para el uso de la antigua instalación de Miqueas para llegar a esa población. Y después de meses y meses de planificación y a muchos pequeños pasos, la visión de la "Isaiah House" (o "Casa Isaías" en español), finalmente se reunieron - un hogar de rehabilitación / discipulado para un pequeño grupo de adolescentes mayores y adultos jóvenes que quieren dejar las calles, superar sus adicciones, recibir capacitación técnica y la educación, y llevar a cabo una nueva vida en Cristo. El nombre del programa se basa en Isaías 43:19:

"He aquí, yo estoy haciendo una cosas nuevas;

Ya está brotando, ¿no lo notáis?

Voy a hacer un camino en el desierto

y ríos en la soledad ".

En los meses que han seguido desde esa conversación inicial con Mario el pasado octubre, el ha asistido fielmente al programa semanal en la antigua casa de Miqueas, junto con otros cinco adolescentes de la calle de edad avanzada. En febrero de este año hemos puesto en marcha una nueva fase del programa de la Casa Isaías, donde estos jóvenes ahora están pasando dos noches a la semana en la casa, y tienen clases formales, tutorías, discipulado y actividades de los seis días de la semana! Esperamos que dentro de unos meses, el programa funcione a tiempo completo, y estos hombres jóvenes seran capaces de salir de la oscuridad y el peligro de las calles para siempre.

Por ahora, sin embargo, es una batalla diaria para cada uno de estos jóvenes que desean dejar las calles por detrás. Es una decisión diaria muy dicil el hacerle frente a sus adicciones y sus heridas del pasado en lugar de tomar el camino fácil y dejarlos al olvido para que permanezcan perdidos en las calles. Quizás uno de los aspectos más increíbles de este programa es que - al más puro estilo de Miqueas - es mucho más que un simple programa; el Señor ha estado creando un verdadero vínculo familiar entre nosotros, y que es un lugar muy acojedor y restaurador para estos jóvenes. Sin duda alguna, he llegado a ver a cada uno de estos jóvenes como parte de mi propia familia, y también he llegado a ver a muchos como hermanos. A veces me llama la atención la realidad de que, para la mayor parte de ellos, se trata de la única familia que tienen en todo el mundo.

Y me acuerdo, una vez más, de la urgencia de estar en la brecha entre la vida y la muerte para ellos - incluso cuando las cosas se ponen realmente difíciles y que quiero renunciar.

Tenemos que luchar por ellos. Porque tal vez nadie más lo hará.

La batalla que está por delante de estos jóvenes y de los líderes, no será nada fácil; de hecho, estará lleno de muchas lágrimas, desafíos y retrocesos. Pero no va a ser imposible. Una vez más, Dios creará un camino en el desierto, donde parece ser imposible trazar; y una vez más Él hará que los ríos en el desierto broten donde parece que toda esperanza se ha secado. Para Mario y los otros jóvenes que han llegado fielmente a la casa Isaías en busca de una nueva vida, todavía no es demasiado tarde...

Steve Kusmer